Ese día de la semana es que todo parece detenido, la gente se levanta tarde (a menos que tenga hijos o trabaje) Ese día en el que las horas pasan pesadas, somnolientas. Tenemos permiso de quedarnos en la cama el mayor tiempo posible, las responsabilidades parecen ir lentas, lejanas.
Ese día en el que nos preocupamos poco, que pensamos poco en la comodidad de nuestra vida como si el mundo se remitiera sólo a nuestra realidad, donde el resto del mundo queda excluido, incluso cuando salimos a desayunar y alguien detrás de la barra nos pone el café. O cuando vamos al cine y otro nos vende la entrada o cuando hay unas personas bailando o actuando sobre un escenario o trayéndonos la comida. O cuando vemos unas chicas en la calle de pie esperando a un desconocido o un señor que recoge del suelo lo que la inconsciencia ha dejado tirado y otras tantas personas que rebuscan para encontrar un tesoro que engañe al estómago.
Ese día que planificamos paseos, comidas familiares o nos quedamos en casa leyendo o recuperándonos de la resaca. Ese día silencioso.
Ese día que se ha extendido a nuestra cotidianidad, pero con cierta displicencia hacia la necesidad de salir a la calle. Las horas transcurren recelosas pero puntuales, sobretodo para quienes han conservado un atisbo de rutina por estudios, trabajo o hijos. Mira tú por dónde el tener algo que hacer es por primera vez algo envidiable para muchos.
Los que hemos perdido la rutina nos inventamos nuevas para no sucumbir del todo a la inacción. Somos animales de costumbre, ya se ha dicho. Y también somos profundamente inconformes, queremos la libertad de tiempo y la libertad de espacio y la seguridad económica y la estabilidad emocional y la buena salud física. Lo queremos todo y lo queremos ahora.
“No siempre puedes conseguir lo que quieres, pero podrías conseguir lo que necesitas” decían los Rollings.
Esto está siendo devastador para muchos, gente que enferma,que muere, sus familiares, los médicos, los trabajadores de toda índole que hacen posible que se garantice lo básico. Me refiero a lo “básico” en situaciones donde la vulnerabilidad no es la normalidad. Recordemos que sigue siendo domingo y optamos por no pensar ni ver situaciones en los que somos impotentes en un 90% .
No es algo para juzgar a nadie, todos lo hacemos porque si pensamos en las injusticias del mundo y la desigualdad, nos lanzaríamos de cabeza al suicidio colectivo ante la impotencia de no poder cambiarlas.
Debo confesar ahora que a pesar de dedicarme al arte y haber estudiado teorías donde el precepto es que el humano es bueno por naturaleza, mi confianza hacia la raza humana en conjunto es sospechosa. Muchos afirman que esta pandemia nos enseñará ser mejores personas, a estar más unidos y se han multiplicado los gestos de solidaridad, cariño y admiración. Muy bien, yo no me lo creo, aunque sinceramente espero equivocarme.
No podemos adelantarnos a lo que viene, podría ser muy duro para muchos y para otros podría ser estupendo. Sería inocente y extremadamente romántico por nuestra parte pensar que ésta experiencia equilibrará la balanza, para que eso pase tiene que implosionar el sistema de arriba hacia abajo y eso sólo pasaría si desde abajo se gesta una estrategia contundente.
Pero la parte baja del sistema está muy ocupada sobreviviendo como para pensar en estrategias.
¿Pesimista? si y a mucha honra. ¡Mi pesimismo me ha llevado a hacer muchas cosas! Sé que todo puede salir mal pero eso no es motivo para no hacerlo. El optimista puede cansarse al no lograr su objetivo, los pesimistas sabemos que probablemente no lo logremos.
Puedes tener tu propia teoría, no es éste un post para hacerte cambiar de opinión, ni siquiera para que estés de acuerdo con lo que escribo. Es una reflexión y un ejercicio.
Aunque si me gustaría dejar en el aire una pregunta en nuestro eterno domingo, si eres de los afortunados que estamos en una casa, con las necesidades cubiertas, saludables y sin necesidad de arriesgarse a enfermar, sintiendo esa explosión de amor por el mundo:
¿Qué harás cuando vuelva a ser lunes?
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