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Foto del escritorNathalia Paolini

Recordatorios en un verano incierto

Actualizado: 15 sept 2020

Pese a haber sido un verano extraño, con la sombra del COVID-19 que no termina de alejarse. Un verano golpeado que cayó como por no dejar, por costumbre y sin otra cosa más que hacer. Contrario al verano pasado en el que sólo trabajé y al anterior a ese, en el que estaba a la deriva después de un giro vital de 180º, éste verano me ha permitido experiencias que agradezco haber tenido oportunidad de vivir.


Pude ver a mi familia y estar juntos. Celebrar el 18 cumpleaños de mi sobrina y el mío e ir al mar que es como mi centro de poder. Pude conocer una ciudad que me dejó enamorada y que disfruté muchísimo, rodeada de amigos queridos . Pude volver a ver lugares conocidos y adentrarme en nuevos que me emocionaron de tanta belleza.


Y aún cuando la situación es difícil e incierta y tuve algunas peleas internas en las que me cuestionaba estar en modo viajera con la que está cayendo, al final me quedo con lo que me hace bien, algo que sin lugar a dudas continuaré haciendo pese a las circunstancias, porque ésas son imposibles de controlar.


Sin ánimo de sonar a libro de auto ayuda o de proclamar la felicidad obligatoria, me quedo con mantener la idea de nutrirme de la experiencia, cosa que es mucho más fácil de hacer cuando ésta es buena por supuesto, aunque paradójicamente es la que muchas veces no nos permitimos (hablo en plural porque sé que es un hábito colectivo).


La cultura del sacrificio la venimos consumiendo prácticamente desde que nacemos. Nos obligan a ir a la escuela y hacer deberes y ser buenos en ello. Nos obligan a comportarnos, a pensar, a sentir de una determinada manera. Nos reprimen la imaginación, el instinto. Nos enseñan que debemos trabajar duro para salir adelante, que después vendrá la recompensa, una fórmula que no es exactamente infalible. Por ende, nos desgastamos el alma, el cuerpo y la mente en conseguir algo que en ocasiones no es lo que deseamos, pero nos hace quedar bien.


Así llega a la adultez, la vejez, cumpliendo las expectativas de terceras personas, sin disfrutar del camino y machacados de tanta lucha. Cansadas y con los sueños en una bolsita, sin poder conseguir la satisfacción genuina, esa que se logra cuando finalmente consigues ser quien eres, llegar al destino lleno de vida, en lugar de vacío de corazón.


Inevitable ahora pensar en Kavafis y su Ítaca. Te lo dejo por si mis palabras parecen vanas o poco convincentes, aunque en realidad no busco convencerte de nada, porque seguro ya lo sabes, sólo necesitas recordarlo.



Ítaca


Cuando emprendas tu viaje a Itaca

pide que el camino sea largo,

lleno de aventuras, lleno de experiencias.

No temas a los lestrigones ni a los cíclopes

ni al colérico Poseidón,

seres tales jamás hallarás en tu camino,

si tu pensar es elevado, si selecta

es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.

Ni a los lestrigones ni a los cíclopes

ni al salvaje Poseidón encontrarás,

si no los llevas dentro de tu alma,

si no los yergue tu alma ante ti.



Pide que el camino sea largo.

Que muchas sean las mañanas de verano

en que llegues -¡con qué placer y alegría!-

a puertos nunca vistos antes.

Detente en los emporios de Fenicia

y hazte con hermosas mercancías,

nácar y coral, ámbar y ébano

y toda suerte de perfumes sensuales,

cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.

Ve a muchas ciudades egipcias

a aprender, a aprender de sus sabios.


Ten siempre a Itaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Mas no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años

y atracar, viejo ya, en la isla,

enriquecido de cuanto ganaste en el camino

sin aguantar a que Itaca te enriquezca.


Itaca te brindó tan hermoso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene ya nada que darte.


Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

entenderás ya qué significan las Itacas.


Konstantino Kavafis




foto: Ocaso en Foz/ Porto @solo_zeta


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